27 de abril de 2016

HACEN FALTA BRAZOS

No nome do Pai, do Fillo e do Espíritu Santo. Amén

Testimonio:
Ofrecer el testimonio de porqué me hice sacerdote me retrotrae a unos momentos muy bellos y felices de mi vida… Momentos de búsqueda  inquieta;
momentos de averiguar lo que la vida me pedía o reservaba para el futuro. Mejor dicho, lo que Dios me pedía a través de la vida que me había regalado.

Mis padres se preocuparon por darme la mejor educación en un colegio católico, el de los Hermanos de la Sagrada Familia.
Al terminar el bachillerato, tuve como un primer planteamiento de ir al seminario y medio lo hablé con mi familia… La situación – vista desde ahora – no parecía estar suficientemente madura.  Mis padres, a los que no les hacia gracia que fuera sacerdote – todo hay que decirlo – me insistieron en que esperara, que fuera viendo, que fuera creciendo, y que en el futuro Dios diría… En esta perspectiva, pues, empecé a prepararme para ser de mayor una persona “importante”, según el deseo de mi padre. Como no se me daban mal los estudios,… ¡qué mejor que serlo como ingeniero de caminos!…  Me dediqué a preparar el ingreso en la escuela, ciertamente arduo, aplazando para más adelante una decisión definitiva sobre mi posible vocación sacerdotal. 
También participaba activamente en un movimiento juvenil que me permitió experimentar cómo la vida tenia sentido en la medida en que se entregaba y se vivía como servicio a un ideal. 
 “Eso” estaba siempre ahí como un reclamo que se  entrometía en mis planes de futuro, en mis relaciones afectivas,… y que yo intentaba aplazar y acallar hasta que lo de la carrera estuviera resuelto. Por fin un verdadero y definitivo signo aconteció el día que me comunicaron el ingreso en la escuela de caminos: mi primera reacción espontánea al colgar el teléfono fue ¡ya me puedo marchar al seminario! 
No dije nada entonces por disfrutar de aquel momento, pero el horizonte se abrió y la certeza se iba acentuando. Una certeza que se plasmó en una experiencia viva de presencia de Dios que me pedía la vida y me indicaba el sacerdocio como camino para esa entrega. Experiencia no fácil de contar, que me ensanchaba el corazón con una paz profunda y una gran alegría. Tuvo lugar aquel mismo año, en la vigilia de la Inmaculada: aquella noche decidí ir sin más demora al Seminario y, a partir de aquel momento, empecé la estrategia para comunicar en casa que la ingeniería de caminos no era mi futuro; que el Señor me llamaba a ser sacerdote. 
Y por la misericordia de Dios lo soy: sacerdote con dos claves que creo me han acompañado y estimulado permanentemente, y, ¡quiera Dios!, que me acompañen hasta el final de mi vida. Entregar toda la vida al Señor y entregarla en el servicio a los hermanos.

Decimos Juntos: Te damos gracias Señor por la vida de tantos hombres y mujeres que han escuchado tu llamada de amor y han puesto su vida al servicio de los hombres. 
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.