2 de febrero de 2018

LAS CANDELAS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Lector 1.
Celebramos hoy los cristianos la fiesta de las Candelas, la fiesta que tuvo su origen en la
procesión de candelas (velas),  lo que da nombre también a "fiesta de la luz".
Hoy en nuestras celebraciones litúrgicas se bendicen las velas que llevaremos a nuestras casas recordando la primera entrada de Jesús niño en el Templo. Nos lo recuerda el pasaje bíblico que leemos a continuación:
Lector 2
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. 
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Palabra de Dios.
Lector 1.
Pedimos a María, en este día de su fiesta, en el que recordamos que presenta su hijo en el templo y es reconocido como salvador; que nos bendiga cada día con la paz interior que cada uno necesitamos, y nos dejemos interpelar como se dejó interpelar el anciano Simeón. Para los demás que estaban allí en el templo Jesús era un niño más que acudía a cumplir un rito, para el anciano Simeón ha visto en el al salvador. Decimos juntos:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida,
dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!. 
Amén