7 de mayo de 2019

DI SI AL SUEÑO DE DIOS

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Lector
Estamos en la tercera semana de Pascua en la que nos preparamos para celebrar al Buen Pastor, que será el próximo domingo. Como cada año la semana que precede a esta fiesta la dedica la Iglesia a orar por las vocaciones. 
El lema de este año es, "Di Si al sueño de Dios"; el papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada, se dirige a los jóvenes para “deciros: no seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.
        (breve silencio para releer en silencio lo que precede)
Y sigue diciendo el Papa, refiriéndose a la Virgen, "...debemos mirar a María. Incluso en la historia de esta joven, la vocación fue al mismo tiempo una promesa y un riesgo. Su misión no fue fácil, sin embargo no permitió que el miedo se apoderara de ella. Su sí «fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar; de quien quiere
apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Y yo les pregunto a cada uno de ustedes. ¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar adelante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. 
        (breve silencio para releer en silencio lo que precede)

En esta Jornada nos unimos en oración pidiéndole al Señor que nos descubra su proyecto de amor para nuestra vida y que nos dé el valor para arriesgarnos en el camino que él ha pensado para nosotros. 
Decimos juntos:
Divina Pastora, Madre mía,
yo hija/o  tuya/o me ofrezco a tí
y te consagro para siempre
todo lo que me queda de vida.
Mi cuerpo con todas sus miserias,
mi alma con todas sus flaquezas,
mi corazón con todos sus afectos y deseos.

Todas mis oraciones, trabajos, amores,
sufrimientos y combates;
en especial mi muerte con todo lo que le acompañe,
mis últimos dolores y mi última agonía.

Madre, acuérdate de esta/e  tu hija/o
y de la consagración que te hace.

Y si yo, vencida/o por el desaliento y la tristeza,
llegara alguna vez a olvidarme de tí,
te pido por el amor que tienes a Jesús
me protejas como hija/o tuya/o
hasta que esté contigo en el cielo. Amén