Lector 1:
Con
frecuencia, al acabar el día, sientes que te pesa el ruido, el ajetreo de la
jornada vivida intensamente, el cansancio... y, en muchas ocasiones, el vacío
interior. Es el momento de entrar en lo profundo de ti mismo y dar sentido al
día que has vivido. Cinco minutos nada más, vividos en el corazón de la noche,
en silencio y el sosiego. Cualquier plegaria hecha en el medio de la noche se
convierte en potente foco capaz de iluminar tanto
despiste como experimentamos
durante el día. Es el momento de abandonarse confiadamente en las manos del
Padre, pasar la página del que hemos vivido y sentir que todo nuestro ser
descansa en Dios.
Lector 2:
“Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar, y
pasó la noche orando a Dios. Su fama se
extendió mucho, y mucha gente acudía para oírlo y para que les curase las
enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar”.
Lector 3:
Reflexión.
Oración de un joven de 18 años
Oración de un joven de 18 años
¿Mi
oración? Es algo muy simple y al mismo tiempo muy complejo. Es hablar con Dios,
darle gracias, pedirle, estar con Él, alabarle, recordarle durante todo el día.
En la oración, como en la vida, se pasan temporadas de todo: gustos sensibles,
sequedad, cansancio, alegría, esperanza... La oración es una vivencia del
Espíritu y, como todo lo que es del Espíritu, resulta difícil concretar y a
veces también de experimentar. La oración para mí es cavar en un terreno seco
en el que, de vez en cuando, encuentras un manantial de agua fresca. Ese
encuentro te alegra tanto, te dan tanta fuerza, que sigues de nuevo cavando y
cavando aunque tardes en volver a encontrar agua.
¿Dificultades?
¡Muchas: cansancio, desánimo, falta de ganas de quedarte en soledad con Dios.
Cuando las cosas van bien, es más fácil. Te siente “recompensado” por Dios.
Pero cuando no obtienes lo que pides... ¡qué difícil es aceptar que ése es el
plan de Dios para ti! ¿Gozos? ¡También muchos! Dios se te hace presente y un
solo instante de su compañía hace que te sientas tan feliz como el que más.
Recitamos juntos:
Despierta, Señor, nuestros corazones, que se han
dormido en las cosas y ya no tienen fuerza para amar.
Despie ha apa
Despierte, Señor, nuestras ganas de felicidad,
porque nos perdemos en diversiones caducas.
Despierta, Señor, nuestro corazón que se ha
interesado y no sabe del amor que se entrega gratuitamente al pobre.
Despierta, Señor, todo nuestro ser, porque hay
caminos que sólo se hacen con los ojos abiertos para reconocerte.
Gloria
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo …