En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza puede parecer una provocación.
Ayer, miércoles de ceniza, iniciamos la Cuaresma y siempre que iniciamos algo sentimos una invitación a la esperanza.
El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratemos.
Os invito a hacer presente, la esperanza, estando atentos a decir palabras de aliento, palabras que reconforten, que fortalezcan, que consuelen, que estimulen. Haré presente la Esperanza si no utilizo en mis conversaciones palabras que humillen, que entristezcan, que irriten, que desprecien.
A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (en Palabras del Papa Francisco).
¿Cómo andas de esperanza?. ¿Te apuntas a este camino de hacer nuevas las cosas?
Pedimos a Dios que nos ayude hacer nuevo nuestro proyecto, ser jóvenes constructores de esperanza. Decimos juntos:
Padre Nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.