El protagonista
de la oración que en la tarde del 27 de marzo celebró el Papa Francisco en una plaza vacía de San Pedro sumida en un silencio irreal, fue Él. El Crucifijo, con la lluvia torrencial que irrigó su cuerpo, añadiendo a la sangre pintada en la madera el agua que el Evangelio nos dice que brotó de la herida infligida por la lanza.
Ese Cristo Crucificado, fue el protagonista silencioso e inerme en el centro del espacio vacío. Incluso El Papa Francisco, no sin esfuerzo y en soledad, haciéndose intérprete de los dolores del mundo para ofrecerlos al pie de la Cruz: “Maestro, ¿no te importa que estemos perdidos?”
La angustiosa crisis que estamos experimentando con la pandemia nos hace preguntarnos: sobre nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades". Y “ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: ¡Despierta, Señor!”
En una plaza de San Pedro vacía, la sirena de una ambulancia, nos ayuda a pensar no sólo en los contagiados sino también en los millones de personas que su cuarentena es estar al servicio de los demás: atendiendo a los contagiados y promoviendo todo lo necesario para que se eviten ya más contagios.
El acompañamiento del sonar de campanas en el momento de la bendición eucarística Urbi et orbi, cuando el Papa, aun solo, reapareció en la plaza desierta y azotada por la lluvia, trazando la señal de la cruz con la custodia. Una vez más, el protagonista fue Él, ese Jesús que inmolándose quiso hacerse alimento para nosotros y que también hoy nos repite:
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?... No tengáis miedo".
“Oh María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza.
Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos,
que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos,
sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás,
para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta
después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre Divina Pastora,
a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús,
quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y
ha cargado nuestros dolores para conducirnos,
a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.
Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios.
No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba y
protégenos de todo mal, o Virgen gloriosa y bendita”.